miércoles, 24 de octubre de 2012

Notas sobre lo entrañable



"Life is so full of unpredictable beauty and strange surprises. Sometimes the beauty is too much for me to handle. Do you know that feeling? When something is just too beautiful? When someone says something or writes something or plays something that moves you to the point of tears, maybe even changes you".
Mark Oliver Everett

¿Cuál es la característica más primitiva de nosotros? ¿Cuál es ese rasgo que nos hace seres humanos? Más allá de los pulgares oponibles, la lectoescritura, o tropezar dos veces con la misma piedra; lo que nos define como personas, según Laiza Onofre, son los recuerdos. Lo entrañable. Lo identificable. Estos recuerdos encuentran hospedaje permanente en objetos que, más allá de formar parte de nuestro patrimonio físico, pasan a considerarse parte del patrimonio simbólico.

Es precisamente el patrimonio simbólico lo que, de acuerdo a Onofre, nos da firmeza en el sentido de nuestra existencia. Tener estos objetos entrañables como mementos de tiempos mejores y peores, le da mayor estabilidad y le permite apreciar lo positivo y lo negativo que tuvo que suceder para llegar hasta aquí.

Para este proyecto, la artista regiomontana salió de su zona de confort y pasó de la segunda a la tercera dimensión. Dejó a un lado la ilustración para trabajar en pequeños objetos a base de madera, papel tapiz, fotografía, retazos de papel, arcilla de polímero, máquinas musicales, vegetación; y  con libretas como soporte para el registro de sus días.

Hay una serie de siete casas de madera, decoradas por dentro y fuera, que hacen alusión al refugio en el pensamiento, el bienestar del pasado, y la soledad como compañera del ermitaño. Como parte de esta serie en específico, se encuentra un tríptico de madera que cuenta la historia de un “salvaje” y su evolución. Es curioso, pero el apellido Onofre es relacionado con el santo del mismo nombre, consagrado al ascetismo y a la vida ermitaña.
Otra serie, hecha a base de hojas, conchas, semillas y piedras, ha sido acomodado para simular una wunderkammer, ese tipo de galería personal de los siglos XVI y XVII en la que los coleccionistas montaban souvenirs artísticos, socioculturales y biológicos. Literalmente conocidas como “cámaras de las maravillas”, recordatorios de lo maravilloso que es vivir en este mundo, de lo pasajero y de lo permanente. A la par de estas pequeñas habitaciones, tambien hay cajas de recuerdos, contenedoras de sonidos e imágenes que aluden a nuestra historia personal y trazan nuestro posible futuro como individuos.
Para finalizar, hay un par de árboles genealógicos: uno de ellos, sobre la separación simbólica y el enajenamiento gradual entre personas que alguna vez fueron familia. El desprendimiento. El otro, el árbol genealógico arcaico, sobre lo que nos une a los seres humanos, como completos extraños, y nos recuerda que, como especie, todos somos familia.

El filósofo Gaston Bachelard solía decir que la memoria no se forma en el tiempo, sino en el espacio. Al desaparecer el espacio, desaparecen las memorias. Este temor continúa en la teoría de Paul Virilio, quien cree que ahora vivimos en una sociedad donde ya no importa lo histórico ni lo geográfico, sino la velocidad. Desgraciadamente, a la velocidad de la luz, el espacio se anula. Las memorias. Laiza Onofre lucha por conservar este espacio y este tiempo, proteger las memorias al condecorarlas como patrimonio simbólico dentro del patrimonio físico. Es importante para ella – y quiero creer que para muchos de nosotros – no permitir que lo corpóreo desaparezca ni se lleve lo entrañable de nuestros espíritus. Aquellas cosas tan hermosas que, parafraseando a Mr. E en el párrafo inicial, pueden hacernos llorar o quizás cambiarnos por dentro.

Cynthia Rodríguez

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